DÍA INTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES Y LAS TRABAJADORAS

Un recorrido histórico sobre la instauración del 1° de mayo como el día de los trabajadores y las trabajadoras

Jason Garner y José Benclowicz, becario e investigador del Instituto de Investigaciones en Diversidad Cultural y Procesos de Cambio – IIDyPCa (CONICET – UNRN), realizan un recorrido histórico sobre esta importante fecha internacional.


El 1° de mayo se conmemoran las conquistas de la clase trabajadora y se exponen sus reclamos en pos de la creación de una sociedad más justa. En la actualidad, esta fecha es feriado nacional en la mayor parte de los países del mundo y es una jornada en la cual se organizan actos y marchas donde se exponen públicamente los reclamos de los trabajadores y las trabajadoras.

Sin embargo, el carácter pacífico e incluso festivo no siempre fue así a lo largo de la historia. Hacia finales del siglo XIX y principios del XX, las movilizaciones obreras se topaban frecuentemente con la represión policial; no fue sino hacia los años ‘20 y ’30 cuando el día de los/as trabajadores/as empezó a contar con el reconocimiento de los distintos estados. Las primeras movilizaciones desde finales del siglo XIX jugaron un papel relevante en el desarrollo de los aún emergentes movimientos obreros y contribuyeron a crear una identidad común a escala transnacional.

En las últimas décadas del siglo XX se registró un debilitamiento de los propios movimientos obreros y de su perspectiva de solidaridad internacional, lo cual ocasionó que la celebración del 1° de mayo pierda fuerza. No obstante, las diversas crisis económicas y sociales que se fueron desatando desde finales de ese siglo y principios del XXI dieron lugar a una revitalización de la fecha en clave combativa. En esta nota repasamos brevemente su origen y desarrollo, deteniéndonos en distintos puntos significativos de la historia de esta efeméride.


Los orígenes: el reclamo por las ocho horas

El 1° de mayo de 1886, un conjunto de organizaciones obreras en los Estados Unidos convocó a una huelga general para exigir las ocho horas de trabajo. Las extensas jornadas de entre 12 y 16 horas, las severas condiciones de vida y la inexistencia de derechos para los trabajadores y las trabajadoras se habían convertido en una fuente de fuertes reclamos en este país y en Europa. Días después, la represión policial de la protesta obrera provocó primero la muerte de dos huelguistas. A su vez, el 4 de mayo en el Haymarket de Chicago se produjeron serios enfrentamientos cuando la Policía arremetió contra una manifestación que se venía desarrollando pacíficamente, dejando algunas personas muertas y otras heridas de ambos lados. Por el fallecimiento de los policías la Justicia apuntó contra ocho dirigentes obreros, en su mayoría anarquistas, aun cuando no existía evidencia de que todos estuviesen presentes en el lugar de los hechos. Finalmente, sin pruebas y a pesar de una importante campaña internacional en defensa de los acusados, cinco dirigentes anarquistas fueron sentenciados a la horca, uno de ellos se quitó la vida y el resto recibió largas condenas de prisión.

Sin embargo, la lucha por conquistar una jornada de ocho horas de trabajo no se detuvo. La Federación Americana del Trabajo sostuvo el reclamo y tres años después, en 1889, el Congreso fundacional de la II Internacional Socialista lanzó una convocatoria mundial levantando esa consigna como central. De esta forma, el 1° de mayo de 1890, a lo largo y ancho de Europa y en otros países, incluyendo Argentina, se organizaron actos y movilizaciones en reclamo de esa conquista. El éxito de la convocatoria determinó que se replicara año tras año, aunque las distintas corrientes del movimiento obrero no coincidían en su formato y contenido. Para los anarquistas y otros sectores radicalizados, el 1° de mayo debía ser un día de duelo por los “mártires de Chicago” y de lucha contra el estado capitalista con el objetivo de poner en evidencia las injusticias del orden social y propagar los ideales de transformación revolucionaria. Estas protestas representaban una completa impugnación del statu quo y debieron enfrentar frecuentemente la represión estatal, como ocurrió en la Argentina a principios del siglo XX, cuando emergía un vigoroso movimiento obrero encabezado por el anarquismo. En cambio, los socialistas más moderados de la II Internacional, pensaban al 1° de mayo como un día de manifestación pacífica de los trabajadores y las trabajadoras para exponer sus demandas y evocar la esperada sociedad futura, libre de explotación y opresión. En este sentido, el día tenía también un perfil festivo, en función del cual se demostraba y celebraba la unidad internacional de la clase obrera. En nuestro país, esta línea que reivindicaba explícitamente la “fiesta del trabajo”, convivió desde un principio con las expresiones anarquistas más radicalizadas, cuyo carácter combativo se expresaba más en los discursos que en las acciones, salvo cuando se convertían en blanco de la represión policial.

El devenir de una fecha

En Estados Unidos, el temor a la extensión de los disturbios sociales asociados al 1° de mayo llevó tempranamente a la instauración de un feriado alternativo como día del trabajo en el mes de septiembre. Pero el éxito de las convocatorias anuales y la persistencia de las demandas obreras en el resto del mundo occidental llevaron a la II Internacional a instaurar, en 1904, el 1° de mayo como día de cese de tareas y movilización general de los trabajadores y las trabajadoras, primero en torno a la campaña por las ocho horas y luego por la ampliación de los derechos laborales, la paz mundial y la defensa de las libertades, entre otras consignas.

Tras la Primera Guerra Mundial, tanto el día del trabajador y de la trabajadora como la conquista de la jornada de ocho horas, entre otras, empezaron a contar con el reconocimiento de los estados: primero en Europa y en la Rusia revolucionaria y luego en el resto del mundo. En Argentina, el gobierno radical de Marcelo T. de Alvear decretó por primera vez el carácter feriado del “Dia de los Trabajadores” en 1925, e Hipólito Yrigoyen promulgó la ley de la jornada de ocho horas cuatro años después. Hasta la década del 30, en nuestro país el Partido Socialista organizó las movilizaciones más importantes del 1° de mayo; con el ascenso del peronismo, la CGT pasó a hegemonizar la fecha al tiempo que la Plaza de Mayo se convertía en su principal escenario y las identificaciones nacionales –que venían ganando terreno previamente– desplazaban a las internacionalistas. En Asia y África, el feriado del 1° de mayo quedó instaurado luego de la Segunda Guerra Mundial, cuando los países de esos continentes se encontraban en proceso de descolonización.

En el contexto de la Guerra Fría, la celebración asumió en la Unión Soviética un nuevo sentido asociado al poderío militar comunista, que incluía el desfile de soldados y armamentos. Esta resignificación, sumado al reconocimiento oficial de la fecha en la mayor parte del mundo, derivó en cierto declive en general de la jornada internacional en occidente. Tras la caída de la Unión Soviética, el marcado debilitamiento de la creencia en un futuro socialista se tradujo, en muchos casos, en la pérdida de la masividad de las acciones emprendidas los 1° de mayo y de su carácter obrero. Sin embargo, hacia finales del siglo XX y principios del XXI, el estallido de diversas crisis económicas y sociales en el mundo vienen propiciando la revitalización de esta jornada que nunca dejó de constituir, desde sus inicios, una oportunidad para la expresión de los reclamos y las expectativas de transformación social.


Por: Jason Garner y José Benclowicz – IIDyPCa (CONICET – UNRN)